A la indómita
Ya a media noche estaba sonriendo.
Sus pies descalzos, la arena tocaba.
Ella era la indómita que al mar cantaba
con su innegable atractivo.
Sus caricias me aliviaban el alma
de hombre perdido y por instantes
me encontré.
Nadie la veía. Mis ojos eran los únicos
que contemplaban sus dientes de perlas.
Con la llegada del alba, el mundo despertaba
mientras yo, me apagaba lentamente
y desaparecía entre las ráfagas de viento
otra vez sólo…

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